
Este cartón es sin duda mi preferido, junto a "La Búsqueda del Tesoro". Ambos son variantes del viejo juego de la Oca, pero aquí Karpa se ha esmerado especialmente. El castillo del final es magnífico y también el bosquecillo donde se extravía el viajero mal informado. En las montañas del fondo yo creía adivinar perfiles de animales ocultos, como en esos juegos de encuentre la figura escondida, etc. ¿No creen que hay algo extraño? En cuanto al resto, se trata del típico viaje por carretera en un país como era la España de los años cincuenta (e incluso la de los sesenta). Mi referencia eran los viajes anuales Soria-Valencia (para coger allí el barco de la Transmediterránea que nos llevaba a Ibiza) en un viejo Ford (SO-788) apodado "el coloradillo" por su pintura rojo ladrillo. Parábamos siempre a comer en la turolense villa de Calamocha y eran frecuentes las paradas por las diversas pejigueras del vetusto automóvil. Que si pinchazos, calentones, repostaciones varias (de aire, de agua, de combustible). También había misteriosos controles de la Guardia Civil que a veces duraban horas. En la práctica se cortaba la circulación. Años después supe que en la serranía de Albarracín todavía actuaba entonces (últimos cincuenta, primeros sesenta) el "maquis" antifranquista, cuyas actividades provocaban estas insólitas demoras en más de una ocasión. El número 68 corresponde con una institución familiar entonces, hoy ya desaparecida, la de los "peones camineros", probos funcionarios que vivían a pie de carretera y a cuyo cuidado estaba confiado un determinado sector de vía. Los peones camineros solían compatibilizar su trabajo con la gestión de un bien poblado corral, una amena huerta, frutales... y a veces hasta podían facilitar un modesto refrigerio al cansado viajero. Del número 13 al 20 vemos la carretera custodiada por una paletilla con almenas de obra, algo muy frecuente entonces, como lo era, y eso no aparece aquí, las interminables filas de árboles que custodiaban casi todas las carreteras nacionales. Árboles pintados con una gruesa faja de pintura blanca reflectante y algunos de gran porte, hasta el punto de que muchas veces sus copas se juntaban y entremezclaban en las alturas, pasando el vehículo como por un túnel de fresco verdor... Por desgracia eran mortales de necesidad en caso de salida de la carretera y poco a poco fueron eliminados. Lo que fue una pena, pues aparte de la pérdida de masa forestal, daban un aire ruralizante al tráfico rodado.
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